El peregrino en Indias(c.1) by Ciro Bayo

El peregrino en Indias(c.1) by Ciro Bayo

Author:Ciro Bayo
Language: es
Format: mobi
Published: 2011-12-18T01:57:28.277154+00:00


El primer pueblo de Mojos

«A unas 15 leguas de la confluencia Huacaraje-Itunama, a la izquierda orilla de este río, se encuentra Magdalena, capital de la provincia del Itenes, en el departamento del Beni, denominación con que desde 1842 se designa político-administrativamente el antiguo territorio de Mojos.

Mucho antes de llegar al pueblo se divisa la torre de la iglesia, ora a la derecha, ora a la izquierda, sea al Norte, sea al Sur, en tal manera que, a no saber que por allí no hay otra población, creyérase que aquellos llanos estaban salpicados de pueblecitos. Ello no es más que una ilusión candorosa que resulta de los muchos y rápidos tornos del río, desde los cuales el viajero ve repetidas veces el mismo campanario, a la manera que Potemkin engañaba a Catalina de Rusia con la visión de pueblos y más pueblos, que era uno mismo, trasplantado de etapa en etapa, con su decoración de casas y aldeanos.

Magdalena fue fundada en 1700 por los jesuitas, y tal fue el incremento de la población, que el gobernador Zamora, que vino poco después de la expulsión de la Compañía, fundó con el excedente el pueblo de San Ramón. D’Orbigni, en 1832, calculaba en 3.000 habitantes la población de Magdalena; hoy la geografía del país le asigna 1.500, y aun creo que le vienen holgados.

El puerto lo constituye una ensenada (canchón o pailón), a cuya punta está la centinela o desembarcadero de tablones que, en tiempo de aguas, forma un islote flotante. La centinela o casa del guarda, como todas las casas de los campos de Mojos, es un enorme malecón con aposentos en el piso alto, sostenido por postes macizos o puntales de madera, a los que se amarran las embarcaciones que, como la nuestra, vienen al fondeadero, quedando la planta baja a disposición de las tripulaciones. Aquí tendimos las hamacas y establecimos nuestro campamento.

Al poco rato de llegar, mientras nos disponíamos los suizos y yo a visitar el pueblo, a tiro de fusil vimos llegar a muchos vecinos a enterarse del cargamento que traíamos y del precio de las mercaderías.

Como Buckle, el patrón, lo reservaba todo para el Beni gomero, pidió unos precios bárbaros, que aceptaron sin regatear, especialmente para la adquisición de quesos, aguardiente, arroz, empanizados o tablas de azúcar, ganándose el suizo el 200 por 100. Hasta los míseros guarayos hicieron su negocio vendiendo el algodón que traían de Misiones.

A juzgar por el afán de los compradores, en el pueblo se carecía de todo, y así era en verdad. Los habitantes de Magdalena estaban reducidos a los productos de los chacos o plantaciones, a algunas leguas del pueblo. La previsión, el ahorro y sobre todo el trabajo son música celestial en estos países, donde la vida es relativamente fácil y cómoda, por lo que el dinero no se quiere más que para francachelas y gastos superfluos. Cada vecino tiene su gallo, su guitarra, su mujercita y la fiebre, y no se piensa en nada más.

A mi llegada la viruela diezmaba al vecindario.



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